viernes, octubre 21

ANIVERSARIO


Llegó la fecha del aniversario maldito, y un año después, John todavía caminaba cabizbajo, perdido. Había perdido mas de veinte kilos.

- No te viene mal – le dijo su madre, fría ante su dolor – Estas demasiado gordo.

¿Gordo?; ¿Acaso él se fijo en eso?. Con él era distinto; No tenía que dar explicaciones de por qué no salía, o no lograba una cita con alguna chica de su edad. Su compañía era mejor que la de cualquier persona conocida.

Recordaba como fueron los primeros días; Apenas se conocían y John, no se sentía seguro delante de él. Luego, la timidez inicial, dio paso a horas y horas, encerrados en su habitación, día y noche, sin descanso, donde descubrió todos los secretos de su nuevo amigo.

Todo fue bien, hasta que llegó lo impensable. Un virus, nada importante, le infectó. Al principio, no había ningún síntoma, pero poco a poco, se volvió loco. John, ocultaba la enfermedad a los demás, y optó por dejarle descansar de su compañía.

Nada de eso funcionó; Un día, llegó una factura telefónica a casa. El padre, fuera de sí, acusó a su nuevo amigo. Él era el culpable.

- No quiero saber lo que haces en esa habitación encerrado. Pero eso se ha acabado.
- ¡Papá!...Ha sido el virus, no sabe lo que hace.
- Aparta, John. Así aprenderás

“Papá” como John le llamaba, no atendió a sus súplicas y sollozos. Como un bárbaro, entró en la habitación y fue directo a su amigo. No iba a tener piedad, él lo sabía, pero esperaba que al menos le dejara pasar un rato a solas con él.

- Déjame despedirme.
- ¿¡Qué!?
- Lo que has oído.
- ¡Estas loco, hijo mío!.
- Por favor.

A solas, las lágrimas se convirtieron en pequeños riachuelos que recorrían sus mejillas.

- Eres el mejor amigo que he tenido en mi vida.

Cinco minutos después, su padre embalaba el PC en su caja original. Siempre las conservaba, por si necesitaba devolver algo. Y a John se le partió el corazón.

Ahora, entraba a escondidas en cualquier ciber de mala muerte, donde unas monedas le daban el placer que él le dio...gratis.

jueves, octubre 20

VILLANOS

La última copa la quiso tomar en Rick´s, un tugurio de mala muerte, donde nadie hacía preguntas incómodas.

Allí estaban todos: El Coyote, Silvestre...dibujos animados destinados a fracasar una y otra vez. No se quejaban; tenían fama y las mujeres se morían por tener una aventura con ellos. Pero siempre serían los parias, los inútiles. Humillados jornada tras jornada, les era difícil recordar cuando fue la última vez que triunfaron.

- Una birra bien fría – Pierre “No doy Una” apoyó su codo en la barra, cansado.
- ¿Qué tal el día?- Silvestre, escayolado de pies a cabeza, apuraba con una pajita su refresco.
- Bueno... Han pensado que mañana me arrancarán la piel a tiras. Todavía recuerdo la última vez que me hicieron eso y no fue agradable.
- ¡La piel a tiras!...no te quejes; Mañana caeré sobre una cama de púas y me aplastará un yunque... para empezar. Luego dicen que improvisarán – El Coyote era el mas malhumorado de todos- Cualquier día...

Sin poder reaccionar, un enorme borrador acabó, de un plumazo, con las manos y los brazos del pobre Coyote.

- ¡Dios mío! – gritó desesperado - ¡Van a acabar conmigo!.

El resto de personajes, corrió, buscando un lugar donde esconderse, aún a sabiendas de que era imposible.

- ¡Para, para!- El Coyote ya sólo era un busto parlante – No iba en serio...

El borrador detuvo su cometido y Coyote respiró profundamente.

- Considéralo un aviso – una voz atronadora se escuchó en el Bar – Considerarlo un aviso todos. Sólo sois los secundarios; Las verdaderas estrellas son otros. Y no os necesitamos; Un villano siempre es fácil de crear.
- Lo sentimos– todos los presentes hablaron en una sola voz.
- Espero que no se repita.

La voz se fue tal y como había venido, de repente. Uno a uno, recuperaron su posición, como si no hubiera pasado nada.

- ¿Y como dices que se llamará el próximo capítulo?- Pierre siguió bebiendo como si nada.
- Estamos en ello- Silvestre miraba de soslayo, buscando la mirada inquisidora del dibujante.
- ¿Me puedes llevar a casa hoy, Pierre?; No creo que pueda conducir hoy- El Coyote intentaba darle un toque de humor a su falta de brazos y piernas.
- No te preocupes, mañana te dibujarán un cuerpo nuevo – Pulgoso se unió a la conversación.
- ¿Alguien puede rascarme la nariz?.
Todos se miraron; Serían ruines al no hacerlo, pero...¿No se suponía que eran los malos?

martes, octubre 18

La extraña pareja


Sus manos vuelan sobre el teclado. Con el tiempo ha cogido costumbre de no quitarse los guantes negros cuando está en la cueva. Ha tenido que encargar a su división de informática que le fabrique periféricos con las teclas más grandes, pero la humedad y el frio ha salido de su corazón y se ha colado en sus huesos.

Sigue tecleando, buscando incesante por la red alguna huella, algún indicio, algo que haya podido pasar por alto. Antes o después siempre aparece. Como solía hacerlo el té a su espalda, siempre a la misma hora y acompañado de alguna recomendación paternalista y convenientemente desatendida.

Ahora no hay te, ni risas juveniles por la mansión, nada. El mundo no se ha deslizado hacia el apocalipsis punk-mutante, como anunció cierto profeta de los ochenta. No, todo sigue igual. La ciudad tiene sus enemigos, por supuesto, y también sus defensores. Ahora son otros, claro. Otros que no han envejecido, otros que no están entumecidos como él. Con el tiempo ha ido dejando que ellos se encarguen de los menos peligrosos. Del esquizofrénico, de la botánica maníaca, del megalómano redivivo.

Pero a él se lo ha guardadado en exclusiva para si mismo. Es su Némesis y su tesoro. Dicen que murió intentando escapar del manicomio, pero nunca se encontró su cuerpo. Un mechón de pelo verdoso y ensangrentado en las rocas del acantilado fue la única prueba. Le buscará siempre, mientras le quede aire en los pulmones. Hasta ese momento no estará acabada su cruzada.

Nunca es sincero consigo mismo, por supuesto.

Nunca admite que espera no encontrarle jamás.

domingo, octubre 16

Tu Cara Me Suena: Asesinato en Cuatro Actos

-Normalmente hay unos 600 o 700 habitantes en el pueblo. En verano viene alguno más, pero los veranos son duros aquí, y la gente joven prefiere pasar las vacaciones en la playa o la montaña. El sol pega duro aquí, en el desierto. Uno no puede saber cuánto puede llegar a calentar ese viejo bastardo si no ha pasado...

-¿Hay algún baño por aquí?

El anciano demostró su contrariedad ante la interrupción del forastero escupiendo sobre la arena. No le hizo falta volver a contemplar al extraño: gafas de sol, zapatos italianos, la camisa blanca arremangada con islas de sudor en las axilas, la chaqueta bajo el brazo, el sudor cayendo pesadamente por la frente... Todos eran iguales.

-En el Audrey’s. Junto a la gasolinera. –El anciano acompañó sus palabras con un gesto de cabeza que señalaba el fondo de la calle.

El forastero partió sin agradecer la indicación. En el suelo el esputo se evaporó antes de mezclarse con la arena.

*


-¿Qué va a tomar?

El extraño pareció dudar un momento al contemplar la cara de la mujer.

-Solo... solo quiero ir al baño.

Audrey aplacó como pudo su tensión llevando todo su coraje a la garganta.

-Para usar el baño es necesaria una consumición.

El forastero farfulló, a la vez que sacaba un billete de su pantalón y lo posaba sobre la barra.

-Póngame un té helado. ¿Y ahora puede decirme donde está el baño?

Audrey ocultó sus manos bajo la barra para que el desconocido no se percatara del visible temblor que las recorría.

-Al fondo a la derecha.

Un segundo después de que el hombre desapareciera Audrey corrió hacia la cocina. Dentro, Paul ordenaba el pedido de la semana.

-¡Paul! ¡Paul! ¡Es ÉL!

*


El extraño se frotaba con furia la bragueta. El fuerte chorro del lavabo le había salpicado los pantalones creando una humillante ficción. Sentándose en el taburete, dio un placentero trago a la bebida helada. Audrey trató de tranquilizarse para dotar su sonrisa de cierta naturalidad.

-¿Es de la ciudad? –pregunta.

-Lo soy –El forastero demostró su falta de ganas de cháchara hundiendo su cara en la bebida. Audrey insistió.

-¿Y qué le trae por el pueblo?

-Negocios.

Audrey aclaró su garganta antes de formular su siguiente pregunta.

-¿A qué se dedica?

-Vendo... –Los ojos del hombre clavaron en los de la camarera.

-Vendo libros.

-Yo adoro leer. –La cara de Audrey tembló involuntariamente. Era inevitable.

De un salto el hombre se apartó de la barra, apuntando a Audrey con un dedo acusador.

-Tu cara. Tu cara me suena.

La culata de la escopeta golpeó con fuerza la cabeza del hombre, que cayó pesadamente al suelo. Paul cedió el arma a su esposa.

-Hay que sacarlo de aquí.

*


-Sujétale por las piernas.

-¿Qué? –Desde el disparo era incapaz de oír con claridad, y Paul se mostraba tan impasible que no comunicaba nada mediante sus gestos.

-Por las piernas. Con fuerza.

Audrey agarró al hombre por los muslos, asegurándose de que la tela de los pantalones no se deslizaba entre sus dedos.

-¿Lo tienes? –Preguntó Paul. Su camisa estaba sucia de sangre y tierra. Audrey afirmó con la cabeza.

-Pues a la de tres. Uno, dos y tres... –Balancearon el cuerpo hasta que obtuvo la suficiente fuerza como para alcanzar el hueco de la fosa. Al soltarlo cayó pesadamente en el nicho de arena.

En menos de cinco minutos, Paul cubrió el cadáver. La tierra removida flotaba a su alrededor. El sol se ponía en el horizonte. Ella miró al hombre, que sujetaba sudoroso la pala.

-¿Paul?

-Dime, Audrey.

-Te quiero.

Paul la miró con una sonrisa forzada.

-Volvamos a casa.

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