sábado, octubre 1

VACACIONES

Algunos se preguntaran por que no escribo ultimamente. La razon es bien sencilla: Estoy en mi luna de miel en una pequeña isla del Indico: Reunion. En cuanto vuelva seguire al pie del cañon y subire fotos y experiencias.

Un saludo a todos.


pda: perdon por los acentos pero en el teclado, extraño donde los haya, no hay.

domingo, septiembre 25

II - En TU Honor

El ejército fue barrido al alba como una playa por la marea. Las defensas costeras cayeron con la primera luz del amanecer, y antes de que mediara el día, capituló la guardia de la muralla. La élite real plantó frente hasta el último momento, cuando el enemigo, desde la lejanía, asaeteó todo vestigio de resistencia. Ahora, que el cielo contradecía con sus tinieblas el brillo cegador de la ciudad ardiente, todo varón pendía de un madero cruciforme. Ante la sombra moribunda de la fortaleza, cientos de alfileres se hundían en la tierra atravesando cuerpos derrotados.

Aunque el quejumbroso lastimar de los reos agonizantes era aún perceptible, los gritos de la doncella se elevaban sobre ellos. El tercer soldado se debatía con patetismo animal entre las piernas de la joven, mientras un cuarto se despojaba de la coraza en espera de cobrarse, con su turno, el ansiado botín carnal.

La diosa, rodeada de su corte, veía aplacada su voluntad de tratar de evitar lo que ocurría en su presencia por la firme presa que, a su alrededor, habían creado sus sirvientas. Había apretado los puños de tal manera que las palmas de sus manos sangraban copiosamente. Quería gritar, pero su mandíbula aprisionaba las palabras con una fuerza incomprensible. Por alguna razón, era incapaz de llorar.

La criatura, apenas una niña, defendió su honor mancillado haciendo uso del único arma que tenía disponible. A pesar de la furia con que sus uñas arrancaron la carne, el acero con el que el legionario atravesó su frágil pecho resultó ser letal. Las protestas de sus compañeros duraron apenas el tiempo en el que la chiquilla expiró su último aliento. Pronto recordaron que había más donde elegir.

Ante la mirada hambrienta de la jauría de lobos, todas rodearon a su reina creando un apetecible escudo de belleza. Cada una de ellas pasaría por el tormento antes de consentir que fuera humillada. Una trompeta lejana anunció un inminente advenimiento. El signifer se cuadró, alzando orgulloso el estandarte dorado y púrpura, y los hombres olvidaron súbitamente su deseo para recoger del suelo el equipo. El general llegó al frente de una horda negra. Cediendo las riendas de su corcel a su criado, descendió para contemplar el cadáver adolescente. Sin alzar ni voz ni mirada, susurró a su lugarteniente.

-Que estos hombres sean castigados de inmediato.

La queja del comandante del grupo, nació temblorosa en su garganta.

-Pero general... ¿de qué se nos acusa? ¿Acaso se nos niega nuestro botín?

-Este no es el botín de una jauría de perros. Es el botín del senado y el pueblo de Roma.

Sin necesitar un gesto de su amo, las sombras negras que acompañaban al mando rodearon al cuarteto carmesí, que trató de librarse entre pataleos de comparecer en su propio calvario.

El general se deshizo de su casco y caminó ante el grupo de mujeres. Las contempló desapasionadamente, obviando su belleza palpitante bajo las leves túnicas de gasa blanca. Sin embargo, tan pronto su mirada se cruzó con la de ella, se detuvo.

Avanzó entre las criadas con seguridad y tomando su mano, la apartó del grupo.

-Llevad a estas mujeres ante la presencia del tribuno. El juzgará cual será su destino. Esta, me servirá como esclava.

Un torbellino negro envolvió el frágil círculo de protección de tela blanca, que plañía desconsoladamente la pérdida de su diosa. El estratega la tomó por el brazo y la empujó hacia la fortaleza.

-La Defensa de Ancher Gaal. La Ingobernable. Bastión de los Dos Mundos. Es mi deseo visitarla ahora.

Las dos figuras avanzaron silenciosamente hacia el enclave. Atravesaron las puertas de bronce y llegaron al recibidor. Los estandartes de la Noble Casa aún pendían de las paredes. Asiendo su mano con firmeza, la guió con premura a través de los pasadizos. Cruzaron corredores con suelo alfombrado y ascendieron por sinuosas escaleras. Al llegar a la alcoba, en lo alto de la torre, el soldado se desprendió de sus armas y de la coraza musculada que protegía su cuerpo. Ella recordó con dolor el último suspiro de la joven ultrajada.

-¿Tembláis de frío o de miedo, mi señora?

Avanzó hasta ella, plantando su faz sanguinolienta ante su hermoso rostro. La mujer cerró los ojos, esperando su inevitable tortura. Sin embargo, en su lugar, el tacto cálido de un manto reposó sobre sus hombros.

-Espero que la capa sirva de remedio para el frío. Serán mis palabras las que aplaquen vuestro temor, Gran Dama. Soy Iulius Marcelus Stivan, general de las legiones que han conquistado vuestro reino insular. Vos, sin duda, sois Dealena, Nacida de Estrellas, Dama de la Gran Casa. Y seréis tratada como tal.

Por primera vez, ella alzó su rostro orgullosa, adoptando su habitual pose regia que hasta el momento las humildes vestiduras habían logrado ocultar.

-He de ser entonces un valioso botín.

Él se asomó a la ventana, contemplando las cenizas que se alzaban desde los monumentos de la urbe.

-Lo sois, pero vuestra existencia quedará pronto olvidada. A mi lado no sufriréis ni daño ni perjuicio alguno, señora. Considerad sellada esta promesa con mi honor.

Envuelta en el manto purpurado, la diosa se colocó al lado del soldado. Abajo, en el suelo, los primeros carroñeros acudían a la llamada del cadáver reciente.

-Lamento la pérdida de vuestra sirvienta. Es una lástima que una vida tan joven termine con tanta brusquedad.

El dolor en su pecho se hizo aún más punzante.

-Era mi hija. Tenía quince años.

La miraron con lástima. Su silencio no necesitaba la compañía de palabras. A pesar de todo, la gran reina las abrió camino entre el dolor asfixiante de su garganta.

-Qué aciago es el destino. Ayer, ella respiraba la brisa que la ofrecía el mar. Hoy exhaló en su último suspiro las cenizas de su pueblo. Ayer, era princesa de una nación orgullosa. Hoy es la carne que devoran las alimañas. Iba a heredar el mundo...

-Bajaré para traérosla. Cuando amanezca, recibirá la despedida que sea de vuestro deseo.

Ella le retuvo con la mano.

-¿Por qué hacéis esto, señor? Vos sois mi enemigo.

-Hará un año, mi hogar en la frontera norte fue asaltado. Mi mujer fue violada. Mi hijo murió asfixiado por sus propias entrañas. ¿Qué guerra no ha dañado a ambos bandos?

El fuego de la destrucción bailaba grotescamente reflejado sobre ellos, burlándose sin pudor de su drama. Él hundió su cabeza sobre su propio pecho, tratando de ocultar el dolor que emitía su expresión.

-Ella no comprendió que dejar de ser víctima, no implica tener que convertirse en verdugo. Persiguió a los bárbaros durante días. El invierno la mató antes de que pudiera cobrarse su venganza.

Alzó de nuevo la vista, clavando sus ojos en los de la mujer. Por primera vez reconoció en ellos la mirada de un amigo.

-Si hago esto es porque os admiro. Las guerras matan al hombre, y ahí termina su camino. Las mujeres sois ultrajadas y debéis proseguir la lucha solas. Os admiro a vos, señora. A vos y todas las de vuestro género.

Antes de dejarla sola en la estancia, arrancó la cortina que cubriría el cuerpo de la heredera. Tras presenciar desde lo alto de la torre como el sol completaba su huída diaria, pudo ver a su enemigo envolver el recuerdo muerto de su primogénita.

En ese instante, una lágrima se apropió de su visión, mostrándola el futuro con su reflejo. Vio a sus hijas convertirse en estandartes ígneos de la fe, tener como última visión el Gott Mitt Uns grabado en la hebilla de un cinturón militar, ser apartadas de la libertad por el sadismo doméstico de un compañero indigno. Derramó sus lágrimas por todas ellas. Lloró por cada grito de dolor, por cada suspiro en soledad, por cada mujer que ocuparía el trono tras de sí. Lloró por todas y cada una de sus herederas.

Pero no lloró de pena al verlas sufrir. Lloró de orgullo al verlas luchar.

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