viernes, julio 29

¡CONTACTO!


El objeto volante no identificado, lo que conocemos por OVNI, parecía titubear en el aire. Una combinación de luces y sonidos, estudiada durante décadas por K.T. Robling, afamado ufólogo con multitud de libros publicados, buscaba comunicarse con los ocupantes de la nave.

- ¡Es cuestión de minutos! – gritaba intentando hacerse escuchar entre el bullicio de la gente- ¡Miren!.

Del ovoide, tan largo como un Boeing 747, empezaron a surgir las mismas luces, seguidas de los mismos sonidos. El público, que se contaba por miles, reunido para la ocasión, cantaba, lloraba, reía...El contacto se había realizado de casualidad, gracias a un pequeño observatorio astronómico. Una vez localizado en el espacio, calcular la trayectoria y velocidad, fue fácil. Un chivatazo a Robling hizo que el encuentro, que buscaba ser secreto, fuera retransmitido a todo el mundo.

- ¡Hemos contactado!, ¡Hemos contactado!.

El ufólogo no cabía de gozo; Repetía notas sin parar, buscando el color adecuado. Si, el sería el primer contactado de la historia. Ya imaginaba los titulares: “K.T. Robling, el amigo de los extraterrestres”.

De repente, un sonido metálico, hizo que el silencio llenara la enorme explanada. Había llegado el momento; Los habitantes de las estrellas iban a abandonar la nave. Dos figuras abandonaban su nave y caminaban hacia los humanos.

Eran bastante decepcionantes, a decir verdad; Menos de metro cincuenta, calvos y gordos...¿Cómo demonios habrán llegado hasta las estrellas?. Uno hizo un gesto con la mano, enseñando su palma. Todos los reunidos, hicieron lo mismo. Los dos extraterrestres se miraron, sorprendidos. Detrás de ellos, apareció una especie de robot, con algo entre sus brazos. Lo depositó en el suelo y volvió por donde había venido. Aquellos seres, hicieron un ademán con sus cabezas y regresaron a su nave.

Diez minutos después, el OVNI desapareció de la vista de todos, a velocidad supersónica. Se había convertido en un punto brillante que a duras penas se divisaba.

Nadie se atrevía a hablar y mucho menos a acercarse al misterioso paquete. Robling se armó de valor y caminó hasta él. Era pequeño y totalmente desconocido para él. Tocó un botón y ante él, apareció una imagen de uno de esos seres, con gesto amable y hablando en un lenguaje extraño para sus oídos.
- ¡Es un regalo!

Un estallido de alegría recorrió a todas las personas. No estaban solos en el Universo.

- ¿Qué querrá...

A casi cien mil kilómetros, los extraños seres recibían una comunicación;

- ¡Enhorabuena! Habéis acabado con la última cepa del virus Humano. La galaxia entera respirará aliviada cuando conozca la noticia.No habrá mas planetas que sufran su infección.

jueves, julio 28

Una cuestión de Suerte



La suerte ya estaba echada cuando entró a mas de cien por hora en la cerrada curva. Su hija, dormida, no llegaría a despertarse nunca más. La mujer, le avisó antes de salir de casa:
- No llegaremos.

Por eso aceleraba mas y más. Había que llegar, y el reloj le recordaba que el tiempo avanzaba inexorable, sin tregua.

No recordaba nada de eso al despertar. Estaba en un hospital, de eso estaba seguro. Una enfermera se acercó a su lado al verle consciente.
- ¿Qué ha pasado? – preguntó intentado que su memoria le respondiera también.
- Un accidente, hace tres días.
- ¿Y mi hija?; ¿Y mi mujer?- ya sabía la respuesta y algunas lágrimas hicieron su aparición.
- Será mejor que se lo diga su hijo.

Colin, su hijo, no viajaba aquella noche con ellos. Estaba en la Universidad y aquel fin de semana prefirió aprovechar para estudiar los finales.
- ¡Papá! – gritó entre sollozos.
- ¿Y tu hermana y tu madre?...Están muertas, ¿Verdad?.
- Si- apenas se le entendía.
- ¡Dios mío! ; ¿Qué he hecho?.

El hijo le abrazó aun más fuerte y le mecía como si fuera un bebé. Y entonces le contó lo ocurrido.
- Exceso de velocidad y la ayuda de una placa de hielo, eso dijeron los peritos. Gracias a Dios que ocurrió.
El padre miraba perplejo a su hijo; ¿Se había vuelto loco?
- Si no hubiera pasado, habrías llegado al Centro de Convenciones... Y entonces, estaría solo.

“Está loco; Le ha debido afectar mucho la muerte de su madre y hermana” pensaba el padre mientras miraba a su hijo.
No me mires así, no sabes lo que ocurrió. Una bomba arrasó el Centro y toda una barriada. Ningún superviviente. Fue una suerte que tuvierais el accidente.

CLETUS III

- Debo marcharme ya, Lorraine. De verdad.
- No puedes. Este trabajo tiene que estar terminado para mañana.
- Por favor, Lorraine, es la fiesta de cumpleaños de Paul y aún no he pasado por…
- Para mañana, Laura. Sin falta.

Otro favor en la cuenta de Alvin. Como siempre, te sientes mal por abusar de su confianza. Se le nota tanto que esta enamorado de ti. Es un buen chico. ¿Cómo podría no serlo, siguiendo interesado en salir contigo a pesar de tu situación? Pero a ti, pobre Laura, ya no te queda espacio. Ni en la agenda ni en el alma. Y tu cuerpo se tensa más y más cada día.
- ¡Maldito semáforo! Voy a llegar tarde – piensas – Espero que Claudine haya podido prepararlo todo antes de recoger a Paul. Al menos que él tenga su fiesta.

- Todo va como era de prever.
- ¿Sufre?
- No, claro que no. Ya se lo dijimos. La enfermedad ha acabado dejándolo en coma y así… así estará hasta que…
La frase queda medias. O quizás tú eliges dejar de escuchar. Y te quedas absorta rebuscando, en los ojos cerrados de Jimmy, algún signo de vida, sin suerte, mientras que el doctor se aleja.

Te escondes en la cocina. Necesitas parar un momento. Tomar aire. La fiesta está siendo un desastre. Los niños van a mil por hora. El payaso es un remiendo de sudor y desgracia. Paul está insoportable. Como siempre. Perder a su padre, la situación de su hermano mayor, el recuerdo del accidente… y yo que no llegó a ninguna parte. Lorraine, Alvin, Paul… todos piden, todos esperan. Jimmy es el único que ni pide ni espera. Y sólo a su lado al silencio que te llena no se le exige disfrazarse de palabra.
¡BLAM! ¿Qué ha sido eso? ¡BLAM! ¿Disparos? ¡BLAM! ¿Afuera? ¡BLAM! ¿Dentro? ¡BLAM! Hay un niño tendido en el jardín. La sangre no te permite distinguir si son sus ropas las de Paul. ¡BLAM! La sangre… o un último recurso inconsciente que busca mantenerte cuerda. ¡BLAM! El payaso. Es el payaso. Se ha vuelto loco. Saltas hacia el teléfono para llamar a la policía sabiendo que no llegarás a tiempo. Tus dedos se enredan y dejas de reconocer los números. Una única cantinela resuena y resuena en tu cabeza y no puedes ya pensar en nada más: ¿Quién rebuscará mañana en los ojos vacíos de Jimmy? ¡BLAM!

miércoles, julio 27

Cletus II

Sí, es como siempre. Un vecino oye disparos y llama a la policía. El primer coche patrulla que aparece ve la furgoneta, asi que el comisionado, como siempre, decide que es mejor llamar al jefe. Y al pobre jefe, como siempre, le pillan en mitad de un polvo con Sylvie, la rechoncha recepcionista.
Encima, por si la interrupción no le ha puesto ya de un humor de perros, sabe que que para este asunto no tiene más remedio que volver a recurrir a mí, así que se le acaban quitando las ganas de follar durante al lo menos un par de días.
Mala suerte para Sylvie, supongo.
Es lo mismo que ocurre cada vez, exactamente lo mismo. No creáis que mi trabajo es muy distinto de los otros, al final con el tiempo todo se resume en una suerte de rutina. Lo único que cambia es la cantidad de munición, y esto último sólo depende de lo aburrido que llegue a sentirme. Por lo general, tampoco soy un tipo especialmente divertido.
El jefe sólo me ha dado la dirección. Yo tampoco he hecho más preguntas. Dudo que me vaya a encontrar con algo nuevo, aunque lo cierto es que la furgoneta es lo más cochambroso con lo que me he tropezado en meses. Lleva las pegatinas colocadas al revés. Si las llega a ver al jefe puede terminar por darle ese famoso infarto con el que lleva amenazando desde que le conocí.
La casa, por otro lado, es de lo más normal. Dos pisos más buhardilla, cuatro habitaciones. Han dejado entronada la puerta principal, pero no soy tan idiota: hay un enorme charco de sangre en el felpudo. Doy la vuelta y pruebo por la de la cocina. Esta también está abierta.
El primer cadáver es el de una mujer. Va muy arreglada, debe de ser la madre. Tiene un agujero del tamaño de su cabeza en la espalda, eso es todo. Parece que no la ha tocado. Mejor, no nos beneficia para nada ese tipo de morbo.
Paso por encima de ella con todo el sigilo del que soy capaz y amartillo mis semiautomáticas gemelas. Aparte de esto, no necesito prepararme para lo peor, ya os lo he dicho antes: estoy más que acostumbrado. Me limito a contar los cuerpos. Dos, tres, cuatro... Cinco.
Joder, cinco: el del seguro va a ponerse histérico. Y nuestro contable también, me lo puedo imaginar: cada vez que ocurre algo así nuestros clientes se multiplican. Así son las cosas, no me preguntéis por qué. La gente es gilipollas y le gusta arriesgarse. A pesar de que luego parece que no soportan tan bien lo de morir.
Le encuentro en el salón, sentado con las piernas cruzadas y arrullando el sexto cadáver entre sus brazos. Ya van seis: el cálculo ya vuela hacia la estratosfera. Entonces me doy cuenta de lo surrealista de la escena. Por Dios, espero que sólo le esté arrullando.
Cuando me ve, sonríe. Como si aceptara su destino. Todos hacen lo mismo. La verdad es que no sé a quién quieren engañar. Este numerito me pone siempre de muy mala leche. Gasta un segundo en pensárselo mejor y otro segundo en alargar la mano hacia la escopeta recortada. Yo empleo mucho mejor ese tiempo y le vacío los dos cargadores en la cara.
Tengo buena puntería y me aseguro de que ninguna bala vaya dónde no tiene que ir. De todos modos ya sé que lo de hoy es un poco excesivo. Puedo ver la cara del forense cuando venga a recogerle.
Me dirá:
–¿Vaya, hemos tenido una mala semana?
Y yo le contestaré con mi mejor mueca esayada:
–¡Qué cojones, Frank: tú ya sabes cuánto odio a los payasos...!

Lágrimas de sangre y fuego

Llorar es romperse. Un poco. Un mucho. Pero no del todo. Cuando te rompes del todo las lágrimas quedan en algún pedazo de ti que no encuentra el camino de salida. Y parece que no lloras. Ni por fuera ni por dentro. Por fuera no, porque no salen lágrimas de tus ojos. Y por dentro… por dentro quién sabe. Quizás lloras y no te das cuenta. Y esas lágrimas que no notas son el vacío que va creciendo desde el fondo de ti mismo hasta ahogarte. Es eso lo que pasa cuando te rompes, te rompes del todo.
Mi alma se quebró en Cynnosaure, la ciudad de las mil caras, cuando yo tenía seis años. Cynnosaure, ciudad de ciudades. Para mí, ciudad sin ley. Donde no hay verdad ni mentira. Sólo fuertes y débiles. Los que mandan, los que toman, los que sufren y los que obedecen. Con seis años en Cynnosaure no eres fuerte, aunque te guste creerlo. Ni tampoco suele serlo un artesano pobre y analfabeto, aunque sea tu padre. Y si no eres fuerte en Cynnosaure llegará un día en que sufrirás y padecerás. Y te arrebatarán lo que tengas, aunque sólo sea la vida, si eres un pobre y analfabeto artesano.
A los seis años en Cynnosaure me rompí sin lágrimas. Se las llevó todas mi padre allá dónde fuese y aún no las he encontrado. Tampoco las busqué. Un huérfano siempre es débil, aunque lo esconda ante todos, y tuve pues que marcharme de mi ciudad – sí, mi ciudad, a pesar de todo – para ganar el tiempo que me hiciera fuerte.
Hoy he vuelto. Años han llegado y han pasado. Y con ellos la fuerza que permite mi regreso. Años han pasado y han llegado. Y con ellos los fuertes se volvieron viejos. Se tornaron quebradizos cual cañas secas. Ésta es la hora de mi verdad, la que yo impondré sobre ellos. Después, quizás, podré llorar… en algún lugar lejos de aquí.

Mañana


Mañana. Siempre dejamos todo para mañana; Mañana llamo, mañana empiezo, mañana lo arreglo. ¿Cuándo quedamos? Mañana te llamo. ¿Cuándo dejas de fumar? Mañana, mañana.

¿Y si mañana de repente no existiera? Nunca verías esa película que tienes tantas ganas de ver, ni leer ese libro que lleva en tu mesilla tantas noches esperando ser abierto. Tampoco podrías decir a la gente que quieres, lo importante que son para tu vida. ¿Por qué dejarlo todo para mañana?.

Veinticuatro horas es lo que nos separa del mañana. A veces, incluso menos. Hoy empezaré a aparcarlo todo para mañana.

Mañana empiezo, en serio.

martes, julio 26

Actuando


Cletus reía sin parar. Era parte de su oficio; Reir y si la tarde se daba bien, que algunos de esos niños engreídos y antipáticos también lo hicieran y sacarse unos dólares extra por los servicios prestados. Odiaba su asqueroso disfraz, dos tallas mayor y maloliente. Odiaba a su jefe, un amargado que sólo era feliz mandándole a los peores servicios, los mas alejados, los peor pagados. Odiaba a esas estiradas madres, que le hacían ser servicial y le humillaban cuando le decían “En fin, no era el que esperábamos, pero pase”.

Así que, cuando aquella tarde, uno de los niños tuvo la ocurrencia de utilizarle como saco de boxeo, algo se cortocircuitó en su cerebro. Un viaje a su viejo automóvil le sirvió para hacerse con la recortada que guardaba en el maletero. Nunca la había utilizado, pero parecía un buen momento para hacerlo. La caja de cartuchos fue al inmenso bolsillo izquierdo de su pantalón. Tendría para doce o trece disparos, suficientes.

Un estúpido niño salió tras suya; Era el que celebraba el cumpleaños y parecía enfadado.
- ¡Eh, tú!; ¡Vuelve dentro!.

El primer disparo fue para él, deferencia de Cletus ante el protagonista del día. Luego, en el interior, alguno intentó esconderse, con poco éxito. Ya no se reían tanto como antes, incluso lloriqueaban pidiendo clemencia. A la madre la alcancé en la cocina, cuando llamaba a la policía. No me pareció tan estirada con un agujero en la espalda.
Las sirenas se acercaban. No importaba; Por primera vez había terminado satisfecho por su actuación

Team Up

Las ambulancias tardarían aún unos minutos en llegar, pero el hombre del anillo no necesitaba sus superpoderes para saber que no encontrarían supervivientes. Flotó lentamente, transformado de nuevo en una verde mancha luminosa, hasta el despojo de metal y fuego y vidrio reventado que había sido el coche.
Ni siquiera el aura pudo librarle del olor a carne quemada, o al menos de imaginarlo.
–Es que yo ya estoy muerto, Linterna –susurró el encapuchado a sus espaldas–. Por eso a los otros siempre les resultó tan difícil trabajar conmigo.
Posó una mano en su hombre y le obligó casi con suavidad a darse la vuelta.
–Sin embargo, tú eres especial. Tú tienes madera de héroe.
Y a pesar de que en ningún momento se permitió mostrarlo tras el antifaz, Hal Jordan se sintió verdaderamente asqueado cuando se enfrentó a aquel guiño de viejo compinche.

Concurso Literario

Pues eso, que aunque no será lo habitual, en esta ocasión os anunciamos que tenemos la oportunidad de participar en el I Premio Internacional "Ciutat de Vinaros" de Literatura Digital.

Mas información en http://www.uoc.edu/activitats/vinaros/esp/bases_vinaros_esp.pdf

Cuéntame un cuento (Continuación)


Para aquellos que estéis perdidos, en post anteriores está el inicio del cuento
Sólo Alderán, su espada, le llenaba de orgullo. Aquella hoja, mellada y oxidada, había visto sus mejores años mucho tiempo atrás, en las Guerras de los Gigantes. Su único dueño fue Har, el mas valiente de todos los vecinos de Hipke, la pequeña aldea de pescadores donde nació.

Hipke, no era el mejor lugar para ser un héroe. Alejado de la Capital, Bafin, la vida de los lugareños giraba alrededor de la pesca. Siempre se echaban un par de manos extras, y no había tiempo para guerrear o ir en busca de la Gloria. Si uno no embarcaba, en tierra no le faltaban trabajos: Reparar redes, untar de brea las barcazas, preparar carnaza. Desde muy pequeños empezaban a realizar tareas y a aprender las artes de la pesca. Todo muy alejado de brillantes armaduras y duelos a espada, excepto en la noche de Nur, la noche de los Giglones.

Los Giglones, gigantescos peces elefantes, pasaban cerca de la costa sólo una vez al año y la Aldea entera se entregaba a su captura. Mientras los hombres se adentraban en las profundas aguas en busca del preciado pez y las mujeres se preparaban para la llegada de tan ingente cantidad de pescado, los ancianos reunían a su alrededor a los más jóvenes, hasta la llegada del Alba y las primeras barcas cargadas del botín. A la luz de las antorchas, contaban historias de tiempos lejanos, olvidados ya, que servían para que los mas niños dejaran de molestar a los mayores.

A Garrik le encantaban esas historias, sobre todo cuando llegaban a la parte en la que relataban la historia de Har, El valiente. La había escuchado muchas veces ya, pero seguía emocionándose como si fuera la primera vez:

“...Y Har, el mas osado de entre todos los lugareños, se acercó hasta la ciudad de Bafin e hizo escribir su nombre en el Registro de Soldados. El mismísimo General Yurel, asombrado por su arrojo, le seleccionó para formar parte de los Karuk-An-Los, Los primeros en Caer. Aquello era todo un honor y cuando entró en combate, fue el primero en enfrentarse a los Gigantes...”

Él, se imaginaba luchando contra esos Gigantes de los que hablaban, y llevando al ejército del Rey a la victoria. Sabía que la historia no era así en realidad; Meses mas tarde, cuando la Guerra terminó, un mensajero llevó los restos del pobre Har al poblado. Contaron que, su batallón era carne de cañón, con el objetivo de que los Gigantes perdieran tiempo y fuerzas mientras eran rodeados. Todos conocían la historia, pero la olvidaban la Noche de los Giglones.

Del efímero héroe, sólo se salvó intacta la espada, que fue depositada en una estancia de la Casa del Burgomaestre, a la espera otro héroe que procurara nuevas historias. De eso hacía mas de quinientos años y hubieran pasado otros quinientos, si no hubiera sido por el chico de Jermel el Carpintero, de Garrik.

lunes, julio 25

Dulces ausencias

Lucía, dulce Lucía. La del vino dulce, la del dulce olvido. Olvido de un marido que no llega, que con nada se entretiene. Cuanto más larga la ausencia, más recuerdos perdidos, más amargo el reflejo, reflejo que te ofrece ese fondo de botella. ¡Vino, más vino! ¡Desmemoria, desmemoria, desmemoria! Hasta que el vientre se hinche y la garganta reviente. Hasta que tu sangre sea vino y la memoria simple olvido. Hasta que el cuerpo se rompa y el regrese el marido ausente. Y te encuentre, olvidada. Y te acoja, te arrope y te lleve. Hasta una cama de hospital donde curar tu cuerpo, donde sanar tu alma. Demasiado pedir. Demasiados rotos tus miembros y demasiado lejos tu misma, en el olvido. Demasiado ausente, el marido.
Días pasan en esa cama de hospital. Y en ese letargo que te envuelve, ya no recuerdas qué es vivir, qué es morir. Incluso te olvidas de latir, una noche, en esa cama de hospital, con tu marido ausente. Y los médicos llegan demasiado tarde. O demasiado pronto, ¿quién sabe? Porque ahí te quedas, ni viva ni muerta. Estado Vegetativo Persistente. Durante las primeras semanas escucharás muchas veces esas palabras a tu alrededor. Pero no las recordarás. Al igual que la gente se olvidará pronto de hablar contigo para empezar sin más a hablar delante de ti, como si no estuvieras. Y ya no hay vino ni necesidad de él. Sólo hay vacío. Y al tiempo que el letargo se acrecienta y te engulle, con él se lleva tus gestos. Tus brazos se doblan, tus piernas se secan, tus ojos no lloran. Estás hecha un ovillo y todo lo que sale de ti es moco. Moco seco, moco espeso, moco claro, moco oscuro. A través de ese agujerito que te hicieron en la garganta. Agujeritos que van surgiendo por todo tu cuerpo, llevándose tu piel, tu grasa y tu hueso. Agujeritos, agujeritos, agujeritos. Motivo de todas las atenciones que recibes.
Lejos quedó Lucía, la dulce. Lejos el estado, el vegetativo y el persistente, pues si alguna cosa persiste es la ausencia y el olvido. Llegará la muerte, pero no sabrás reconocerla. Morirás sin darte cuenta. Y en ese morir ausente, cuando tu corazón se pare y tus pulmones no respiren, quedarás viviendo medio viva. Morirás sin darte cuenta. Y creerás seguir viviendo cuando a tu alrededor ya nada quedé, sólo esa dulce ausencia en la que nadie ya podrá ni querrá reparar. Porque estarás muerta.

Una mirada crítica


Tú, que piensas que lo que acabas de escribir, debería ir directamente a la zona de “Obra Maestra”, te encuentras que, alguien a quien ni siquiera conoces, dice “Insustancial y previsible”.Hablamos de la crítica, esa amante cruel, que es capaz de hacerte creer el mejor de lo que haces, a mandarte de una patada a las cloacas de la creación literaria.

Cualquiera que se dedique, profesionalmente o no, a escribir, tiene algo de exhibicionista, ya que si no es leído es como si no hubiera escrito. Y aquí es donde viene la primera equivocación; leer significa comprender, reflexionar...y criticar. No todos los escritores aceptan las críticas de igual modo; Los consagrados, creen que el crítico es un ser envidioso y frustrado, el que critica, piensa que la Obra perfecta todavía está por llegar y teme que si no critica a la baja, le tachen de “blando” y poco riguroso.

Para los que estamos aprendiendo a escribir, la crítica nos encanta. Hombre, siempre es preferible que sea una buena crítica antes que una mala, pero sólo con las malas se puede mejorar. Supongo que el resto de escritores, teme que los comentarios sean benignos, sólo para no herir al que escribe.
Desde aquí os animo a dejar vuestra opinión, sea benévola, apasionada, sangrante...Porque, ¿ A quién no le apetece ser crítico por un día?

El Paso


“El paso” era un lugar traicionero. Caminar a ciertas horas de la madrugada, era una invitación a ser una nueva silueta de tiza en cualquier esquina de la ciudad. Los más veteranos conocían las reglas y sólo buscaban la noche si había algún asunto que arreglar.

“Papá Ramón” imponía orden en aquel rincón sin ley. Nada escapaba a su control; putas, drogas, juego... A cambio de inmunidad, él se llevaba su porcentaje en las ganancias. Si alguno no cumplía su parte, tenía dos opciones: Desaparecer o ser comida para perros.

Jules llevaba poco tiempo en la ciudad. Le llamaban “El Reverendo”, porque siempre llevaba una Biblia bajo el brazo y promesas de una vida mejor si se sometían la palabra de Dios. Eso no le impedía dejarse arrastrar a los placeres carnales de Julita, una adolescente en busca de unos pocos dólares con los que pagar su dosis de heroína.

Aún así, El Reverendo se estaba convirtiendo en un incordio. No necesitaban a ningún salvador en aquel rincón del mundo y hacía caso omiso a las recomendaciones para que abandonara la ciudad.

Aquella noche, Jules dejó a Julita algún dólar de propina; La muy zorra se lo había ganado. Abstraido, ni siquiera se percató de que, desde que abandonó la Pensión, algunos pasos iban en su busca.

Antes de darse cuenta, dos hombres se le echaron encima. El primero dio buena cuenta de sus costillas; Un pinchazo en el pulmón le informó que al menos una estaba rota. El segundo la tomó con su cabeza; Dos golpes secos, acabaron con los pocos dientes sanos que tenía. Tosió y notó como su boca se llenaba de sangre. “Nunca me acostumbraré a su sabor” pensó todavía aturdido.
Levantó la cabeza lentamente, con dificultad. Los rostros de sus agresores se definían con dificultad; A uno no le reconocía, pero el otro, gordo y apestoso, era Papá Ramón.
- Te advertí que abandonaras la ciudad. Las chicas dicen que les llenas las cabezas de ideas y eso no es bueno para los negocios.
- Sólo predico la palabra de Dios.
- Entonces tendremos que solucionar eso.

Otros hombres se unieron a ellos y sujetaron a Jules. Ni siquiera intentó forcejear; Era inútil hacerlo; Eran ya cinco los que le rodeaban y sólo conseguiría llevarse algún golpe de más.
- Ábrele la boca, Tim- dijo Papá Ramón a uno de ellos.

Cinco minutos después, la lengua del Reverendo era un trozo de carne en las manos de Ramón.
- Tendrás que cambiar la forma de predicar – dijo entre risas – Creo que la palabra de Dios no saldrá de tu boca nunca más.

Jules cayó al suelo junto al charco de sangre que se había formado. A su lado, su Biblia parecía olvidada por todos. Con gran esfuerzo, arrastrándose, llegó hasta ella. El grupo, entre risas, se dedicaba a observarle; Imaginaban que buscaba escapar.

Cuando El Reverendo abrió el grueso tomo y sacó un pequeño revolver, un silencio les envolvió. Cinco balas, cinco cadáveres. Era un buen cristiano y a todos les dio la extremaunción, incluso a Papá Ramón. A él le arrancó los ojos; Les iba a necesitar si quería que todos en el pueblo le respetaran.
Recogió su lengua y la metió en el hueco que antes ocupaba el revolver y se puso a caminar. Si, allí había muchas almas que salvar y él era el hombre indicado.

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