miércoles, julio 27

Lágrimas de sangre y fuego

Llorar es romperse. Un poco. Un mucho. Pero no del todo. Cuando te rompes del todo las lágrimas quedan en algún pedazo de ti que no encuentra el camino de salida. Y parece que no lloras. Ni por fuera ni por dentro. Por fuera no, porque no salen lágrimas de tus ojos. Y por dentro… por dentro quién sabe. Quizás lloras y no te das cuenta. Y esas lágrimas que no notas son el vacío que va creciendo desde el fondo de ti mismo hasta ahogarte. Es eso lo que pasa cuando te rompes, te rompes del todo.
Mi alma se quebró en Cynnosaure, la ciudad de las mil caras, cuando yo tenía seis años. Cynnosaure, ciudad de ciudades. Para mí, ciudad sin ley. Donde no hay verdad ni mentira. Sólo fuertes y débiles. Los que mandan, los que toman, los que sufren y los que obedecen. Con seis años en Cynnosaure no eres fuerte, aunque te guste creerlo. Ni tampoco suele serlo un artesano pobre y analfabeto, aunque sea tu padre. Y si no eres fuerte en Cynnosaure llegará un día en que sufrirás y padecerás. Y te arrebatarán lo que tengas, aunque sólo sea la vida, si eres un pobre y analfabeto artesano.
A los seis años en Cynnosaure me rompí sin lágrimas. Se las llevó todas mi padre allá dónde fuese y aún no las he encontrado. Tampoco las busqué. Un huérfano siempre es débil, aunque lo esconda ante todos, y tuve pues que marcharme de mi ciudad – sí, mi ciudad, a pesar de todo – para ganar el tiempo que me hiciera fuerte.
Hoy he vuelto. Años han llegado y han pasado. Y con ellos la fuerza que permite mi regreso. Años han pasado y han llegado. Y con ellos los fuertes se volvieron viejos. Se tornaron quebradizos cual cañas secas. Ésta es la hora de mi verdad, la que yo impondré sobre ellos. Después, quizás, podré llorar… en algún lugar lejos de aquí.

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